8 nov 2011



Por Alejandro Contreras. 


La exitosa carrera en el mundo del cortometraje de Eduardo Chapero-Jackson, con más de 150 premios e incluso llegó con Alumbramiento (2007) a las puertas de una nominación a los Oscars 2009, ponían mucha presión en el salto al largometraje de este cineasta. Todo parecía presagiar que se estrenaría en el 2010, pero el trabajo de post-producción superó lo esperado y no iba a entrar en los plazos para los Goyas 2011, así que Telecinco Cinemas prefirió reservarse esta película para la siguiente temporada alta del cine español, el otoño del 2011. 



Muchas expectativas en una propuesta bastante arriesgada. Un largometraje que mezclaba animación con cine convencional, donde algún personaje hablaba en verso, y donde todo el protagonismo se lo llevaba una actriz debutante. Pero quién haya seguido la trayectoria de Chapero-Jackson sabe que el riesgo es una de sus constantes, y es de agradecer que entre tanto director puramente eficaz haya alguien con ganas de contar otras historias y de otra manera.



Verbo (2011) no es más que una fábula moderna donde su director y guionista ha querido señalar un peligroso enemigo: “el punto ciego de la inercia de la normalidad”. La protagonista Sara (Alba García) no es una chica que surge de un eterno marginal, ni tiene grandes traumas que asumir, ni nada de eso. Tan sólo vive en una zona macro residencial de grandes bloques tan funcionales como insípidos que crean un lugar donde no hay espacio para la belleza. Sin saber porqué no encaja en esa vida que sus padres le ofrecen gracias a ser dos personas esclavizados por sus trabajos, encuentra una serie de señales que despiertan su curiosidad. Comenzará a transitar una senda que le llevará a plantear aspectos esenciales de su vida.



Es inevitable recordar otras películas del cine norteamericano con similitudes a los que nos plantea Chapero-Jackson. Ante la falta de medios con los que competir, Verbo (2011) sustituye la grandiosidad visual que ofrecen títulos como Matrix (1999) por otros recursos más sencillos pero tan interesantes como esa pelea verbal (que a muchos nos recordaba al famoso video-juego que iniciaba la saga Monkey Island) o una carrera huyendo de una oscuridad tan letal como la “nada” de La historia interminable (1984). En el fondo un alegato por la individualidad, por tratar de distinguirte de la manada, de tener espíritu crítico.



Todas estas buenas intenciones se han tratado de llevar a la película con menos fortuna de lo deseado. Cuesta mucho entender la situación desesperada de Sara en ese cárcel de ladrillos donde vive, y más cuesta entender cómo su personaje puede ir cambiando y evolucionando a través de unas pruebas que tampoco son tan educativas. La película falla en su punto más importante que es en la columna vertebral de la película, su guión.



Todos los elementos complementarios a la historia, como los graffitis, el mundo paralelo, los saltos de animación y realidad, los versos de Liriko (Miguel Ángel Silvestre), etc., que podrían chirriar en el espectador se asume con total naturalidad. Pero eso sí, el espectador se va saliendo de la película al no entender muy bien como una realidad afecta a la otra, como Sara pasa de ser una chica bloqueada y de habla tímida a convertirse en justo lo contrario. Y el ritmo desigual, que tal vez en una novela o en un cómic funcionaría estupendamente, en la gran pantalla termina aburriendo. Todo eso lleva a que el resultado sea fallido y una película que difícilmente se recomendaría a otra persona para ver.



Un protagonismo excesivo del personaje de Alba García termina reduciendo el resto de personajes a comparsas de la protagonista. Uno se queda con ganas de más de los personajes de Najwa Nimri,Verónica EcheguiVíctor Clavijo y de Nasser Saleh, incluso de escuchar un par de frases de Macarena Gómez o Adam Jezierski. Y aunque Alba García no lo hace mal, tampoco lo hace tan bien como para justificar tanta presencia. Curiosamente rescata a un intérprete de sus tres cortometrajes: a Macarena Gómez de Contracuerpo (2005), aManolo Solo de Alumbramiento (2007) y a Miguel Ángel Silvestre de The End (2008). Éste último esta particularmente brillante con un personaje que le viene como anillo al dedo y donde su palabra importa más que su físico.




En sus tres cortometrajes, que fundió en una trilogía de nombre A contraluz, podíamos apreciar como Chapero-Jackson se movía en géneros tan diversos como el fantástico o el western, dejando espacio para hablar de los trastornos alimenticios, el suicidio asistido o la escasez del agua. Con ese bagaje no sorprende que en Verbo (2011)haya un hueco para recordarnos un problema tan preocupante como el de los suicidios adolescentes. Es una lástima que que esta propuesta no termine de funcionar, pero es muy de agradecer contar con un director como Chapero-Jackson, que ya está trabajando en un nuevo proyecto que estoy deseando ver.



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